5 de junio de 2015. En el día Mundial del Medio Ambiente, vale recordar lo que nos advertía hace más de 50 años Rachel Carson en su libro Primavera Silenciosa. Su poderosa denuncia de los efectos nocivos que para la salud y la naturaleza tenía el empleo masivo de herbicidas y su llamado a crear conciencia sobre la necesidad imperiosa de preservar la integridad de la tierra. Preocupada por estos daños manifestaba: “El agua, el mantillo y el manto verde de las plantas que cubren la tierra forman el mundo que abastece la vida animal. Aunque el hombre moderno recuerda rara vez el hecho, la verdad es que no podría existir sin las plantas que modifican la energía solar y fabrican los alimentos básicos de los que depende para subsistir. La vegetación de la tierra forma parte de una trama vital en la que hay intimas relaciones entre unas y otras plantas y entre plantas y animales. Algunas veces no podemos escoger sino estorbar tales relaciones, pero eso debe de hacerse cuidadosamente, con pleno conocimiento de que lo que intentamos puede tener consecuencias remotas en tiempo y lugar. Sin embargo tal humildad no es la característica del violento “matamalezas”, negocio de nuestros días, en los que las ventas en gran escala y los usos en gran extensión marcan la producción de las sustancias químicas herbicidas”.
Se ha comprobado científicamente que herbicidas como el glifosato (RounDup) , el 2.4-D, atrazina y otros causan cáncer en animales de laboratorio y defectos en embriones, además de otros efectos dañinos para la salud animal y humana. Recientemente el IARC clasificó al glifosato como probablemente cancerígeno en humanos. Daños, que en estos últimos años han quedado en evidencia en comunidades fumigadas de América Latina.