Envenenados: una bomba química mata en Entre Ríos.
Por: Gonzalo Acosta
El periodista Patricio Eleisegui publicó el libro Envenenados: una bomba química nos extermina en silencio (Ed. Wu Wei). El mismo es la primera investigación periodística sobre los efectos de los agroquímicos y los transgénicos en nuestro país, allí se aborda, entre otras provincias, el caso de Entre Ríos como uno de los ejemplos más significativos en cuanto a las consecuencias de los pesticidas sobre salud de las personas que trabajan en el campo. El libro, cuyo ejemplar recibimos en DIARIOJUNIO, recoge testimonios que van desde una directora de escuela rural en Gualeguaychú hasta un hombre de Basavilbaso encargado de llenar los tanques y programar los vuelos de las fumigaciones. Envenenados es una invitación incómoda a adentrarse en las sombras del modelo de producción agrícola vigente de la Argentina y, principalmente, de Entre Ríos.
Una de las víctimas de esta historia, Fabián Tomasi
Poner el cuerpo y las palabras
La tapa de Envenenados: una bomba química nos extermina en silencio corresponde al entrerriano Fabián Tomasi, de tan sólo 47 años; quien pelea por su vida mediante un tratamiento con medicina alternativa. Este hombre nacido en la localidad de Basavilbaso, da su crudo y valioso testimonio, constituyéndose como el símbolo de los efectos de la contaminación con agroquímicos.
Fabián Tomasi fue partícipe de la presentación de Envenenados, en el Centro Cultural Borges de la Ciudad de Buenos Aires, allí expuso con coraje lo que acontece con la salud de los trabajadores de la soja en los campos de Entre Ríos: “Aquí hay un negocio del que unos viven y otros mueren. No sé de qué lado están ustedes. Para mí no hay discusión. No soy un ambientalista, sino un afectado, un sobreviviente por haber nacido en una economía emergente. Soy un espejo de lo que va a pasar. Me pasó a mí por estar en la primera línea; pero les va a pasar a todos. Como le pasó a esa niña de 4 años, Angelina Romero, con cáncer de estómago, a quien vi morir de dolor abrazada a su hermano. Repito, no soy ni un sojero ni un ambientalista. Soy un afectado de esos que no queremos morir”, expresó Tomasi; padre de Nadia de 18 años.
Fumigaciones con agroquímicos en Entre Ríos
En 2006 Fabián Tomasi comienza a trabajar para la empresa de fumigaciones Molina & Cía. SRL de Basavilbaso, su tarea consistía en cargar los tanques de los aviones con los plaguicidas que necesitan las semillas transgénicas de la soja para crecer. Entre ellos figuraban: los herbicidas glifosato y 2,4-D, y los insecticidas clorpirifós y endosulfán. Este último prohibido en más de 50 países desde 2009, aquí SENASA permitió que se siga usando hasta julio de 2013, porque había mucho endosulfán disponible que se había comprado a India, cuando se agotó el stock se prohibió. En el prólogo de Envenenados relata Tomasi: “Se echaban también muchos fungicidas para los hongos del campo, que son productos tremendamente tóxicos. Cuando llegó la soja a Entre Ríos, ahí apareció el glifosato. Nunca nos protegimos con nada y mucho menos cuando se empezó a usar el glifosato, ya que viene con una franja en el envase que dice que es levemente tóxico. Con la soja empezamos a echar camiones y camiones de glifosato. Igual es un error cargar contra un solo producto, porque los insecticidas también son potentes y efectivos a la hora de causar malformaciones y cáncer”.
Tomasi destaca, “En mi trabajo hacían uso de todos los productos que están prohibidos por lo tóxicos que son. Endosulfán, por ejemplo. También gran cantidad de 2,4-D”. Aquí cabe señalar, que el herbicida 2,4-D (que se aplica para preparar la tierra antes de cultivar la soja), es de origen bélico. Se creó como arma química para la Segunda Guerra Mundial, las investigaciones fueron pagadas por el ejército de Estados Unidos. Dicen los registros que el herbicida 2,4-D fue considerado como arma química para destruir los cultivos de arroz japoneses, y que luego se usó en la guerra de Vietnam. En cuanto al insecticida más usado en la Argentina, el clorpirifós, la científica Virginia Rauh, comprobó que los niños expuestos a dicha sustancia durante el período prenatal, presentaban cambios en la anatomía cerebral; tenían trastornos en los lóbulos temporales y frontales, es decir, en los encargados de la atención y el desarrollo del lenguaje. Mientras que del herbicida más usado en el país, el glifosato, qué decir sobre sus efectos; basta buscar en google…
En Entre Ríos existe la resolución 07/03 que prohíbe las aplicaciones en forma aérea con 2,4D, pero es letra muerta, ya que existen denuncias, por ejemplo, de ocho empresas productoras de vino contra el 2,4D. Un cultivo, como los viñedos, que es nuevo en Entre Ríos, reportaron que en 2012 se vieron afectados por las fumigaciones, en los campos aledaños, de 2,4-D. Las perdidas alcanzaron las 12.000 plantas, con un potencial de producción de 20.000 botellas de vino.
Síntomas de envenenamiento
El cuerpo de Fabián Tomasi, el peón de la soja, empieza a dar señales de enfermedad, el mismo se vuelve piel y hueso, la masa muscular, de la cintura para arriba, se consume. Los dedos le sangran y manchas aparecen en su cuerpo, que luego serán llagas en brazos y piernas. Al visitar, al médico Roberto Lescano de Basavilbaso, por su afección, lo examina y le dice la contundente frase “Vos te estás secando, Fabián”. Entonces, lo deriva a la localidad de Puiggari, al doctor Bernhardt, quien confirma que Tomasi, sufre una intoxicación por el uso de agroquímicos, es decir, como consecuencia de aspirar los plaguicidas utilizados en la actividad agropecuaria: endosulfán, glifosato, 2,4-D y clorpirifós.
Plaguicidas sobrevuelan la escuela rural
Entre los numerosos casos que aparecen en Envenenados, Patricio Eleisegui entrevista a la directora Estela Lemes de la escuela número 66, Bartolito Mitre, de Costa Uruguay Sur, en la periferia de Gualeguaychú, quien viene denunciando desde 2010 las continuas pulverizaciones sobre las aulas en cada siembra sojera. De acuerdo a los datos suministrados por la docente, en Gualeguaychú funcionan dieciocho establecimientos educativos rurales y los mismos alertaron haber sido víctimas de fumigaciones aéreas. La valiente maestra relata que “En septiembre de 2012 pulverizaron a partir de las dos y media de la tarde, justo cuando los chicos estaban en pleno recreo”, testificando, “En mi caso particular, mis hijos tuvieron grandes erupciones en la piel que, por desconocer los efectos de las fumigaciones, en su momento fueron tratadas como alergias. Y todos tuvimos problemas respiratorios”. Valiente, porque al momento de llevar la denuncia a la Justicia, son muchos los inconvenientes que se presentan: ya sea porque gran parte de los funcionarios entrerrianos son empresarios agrícolas, ya sea porque los padres de los alumnos de las escuelas rurales trabajan en los campos en los que se fumiga, y hasta porque las organizaciones de lucha contra las pasteras como la Asamblea Ambiental Gualeguaychú cuentan entre sus integrantes con muchos productores de soja.
Un modelo para armar: soja transgénica y agrovenenos
Sería incompleto hablar del uso de los agroquímicos, sin referirnos a la tecnología transgénica. Ya que gracias a las semillas modificadas genéticamente, es que existen los diversos pesticidas que se vierten en la tierra. En la Argentina, el primer paso se dio en el ’96, cuando Felipe Solá, desde la Secretaría de Agricultura, aprobó la instauración en el mercado argentino de semillas de soja resistentes al glifosato. A partir de este hecho crucial, se ingresó en un modelo de producción agropecuaria con dominio del monocultivo de soja transgénica, en donde se ensambla: las semillas modificadas genéticamente (resistentes al uso de agrovenenos) junto a la siembra directa.
Según la información aportada por Envenenados, en Entre Ríos: “De un total de 2 millones de hectáreas de suelo apto para la agricultura, el cultivo de soja ocupa casi 1,3 millones. O sea, prácticamente dos de cada tres hectáreas del agro entrerriano son destinadas a la oleaginosa”, a lo que agrega, “En la provincia de Entre Ríos, según entidades ambientales de ese distrito, se aplica un promedio de 10 litros de glifosato por hectárea en cada campaña. Esto equivale a 13 millones de litros que son fumigados desde aviones o vehículos terrestres toda vez que se siembra soja”.
Conclusión
Estamos ante las primeras manifestaciones contundentes de contaminación en la salud de las personas a causa de las prácticas agrícolas que han revolucionado la forma de producción de las provincias. Resta preguntar: ¿por qué, el Estado, aparece como un agente desentendido de esta problemática, y el porqué del silencio de los grandes medios de comunicación, tanto privados como públicos? Las respuestas están a lo largo de las 240 páginas de Envenenados, donde despliega con documentos, información veraz y entrevistas, un conflicto que lejos de resolverse irá recrudeciendo con el correr de los años, por una sola real cuestión, y es que la tierra genera “anticuerpos”; que la vuelven cada vez más resistente a los agroquímicos, lo que deriva en el uso de cócteles tóxicos más potentes. Y como nos dice, Fabian Tomasi, el protagonista que da la cara en esta historia, la agricultura en Entre Ríos se ha vuelto un verdadero campo de concentración…